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Sola Scriptura: en esto me sostengo

Escrito por el 29/04/2021

En esta ocacion en LvaRadioMx tomamos como  Nuestra declaracion de fe  las doctrinas de la gracia y Tulip como base de nuestras enseñanzas, es por ello que estos estudios forman parte de nuestra declaracion de Fe.

«Lutero nunca creyó que debía ingeniar un gran programa para diseminar la Reforma. Simplemente quiso desatar la Palabra de Dios y dejar que ella hiciera todo el trabajo» (Michael Reeves).[1]

El 31 de Octubre de 1517, un monje alemán llamado Martín Lutero clavó un documento en la puerta de la Iglesia del castillo, en la ciudad de Wittenberg, que contenía 95 tesis condenando el abuso de la venta de indulgencias. El documento estaba escrito en latín, y era una invitación a los académicos de la ciudad universitaria a discutir sobre el tema. Así como en el día de hoy algunas personas usan el muro de Facebook para publicar un tema de discusión, en los días de Lutero se usaba la puerta de la iglesia. De manera que no había nada revolucionario en la acción de Lutero, nada que pudiera predecir el tsunami que ese documento habría de provocar en toda Europa y que cambiaría para siempre el curso de la historia.

Lo que comenzó como una protesta contra el abuso de la venta de indulgencias, terminó convirtiéndose en un movimiento de retorno a las Escrituras para purificar la iglesia cristiana de todas las tradiciones humanas que habían oscurecido el mensaje del evangelio durante toda la Edad Media. Y aunque muchos ven la Reforma como una división en la verdadera iglesia, y otros ni siquiera pueden entender por qué debemos dar tanta importancia a un evento histórico que ocurrió hace tanto tiempo, lo cierto es que los temas que debatieron los reformadores tienen tanta relevancia para nosotros hoy como hace 500 años, porque constituyen la esencia del verdadero cristianismo.

Estos principios fueron resumidos más adelante en cinco lemas conocidos como las cinco «solas» de la Reforma: sola Escritura, sola gracia, sola fe, solo Cristo y solo la gloria de Dios. Si comparamos estos principios con un gran templo de la verdad, pudiéramos decir que sola Escritura es el fundamento que soporta la edificación y sobre el cual se levantan tres columnas que definen y sostienen el evangelio: sola gracia, sola fe y solo Cristo. Este edificio es coronado con: soli Deo gloria, una frase en latín que significa: «Que la gloria sea dada únicamente a Dios».

Los reformadores del siglo XVI no trataron de crear una nueva religión, sino de regresar al fundamento de la iglesia colocando la Escritura como nuestra máxima autoridad. En otras palabras, ellos estaban convencidos de que la única manera en que la iglesia de Cristo puede avanzar hacia delante es volviendo hacia atrás, regresando al fundamento establecido por Dios en su Palabra. De ahí la primera de las «solas» que vamos a considerar en este capítulo, sola Escritura, conocida también como el principio formal de la Reforma, por ser la fuente y norma del principio material que es la justificación por la fe sola. Pero antes de pasar a considerar el significado de sola Escritura y su relevancia para nosotros hoy, veamos, en primer lugar, su trasfondo histórico.

El trasfondo histórico de sola Scriptura

Aunque varios factores se conjugaron para dar inicio a la Reforma protestante, el factor detonante fue la venta de indulgencias. Y ¿qué son las indulgencias? Este es un tema un tanto complejo, pero podemos decir en una forma muy básica, que es la liberación de los castigos temporales que merecen nuestros pecados. De acuerdo a la enseñanza de la Iglesia Católica Romana, a través del bautismo el niño es purificado del pecado original. Pero como ese individuo continuará pecando a lo largo de su vida, él necesita ser librado del castigo temporal que merecen sus pecados. Y es ahí precisamente donde entran en juego las indulgencias.

El catolicismo romano enseña que, además del Señor Jesucristo, hay algunas personas, como la virgen María y todos aquellos que la iglesia reconoce como santos, que acumularon un «superávit» de buenas obras que pueden ser transferidas a los que las necesiten. Ese superávit, conocido como el «tesoro de méritos y satisfacciones de Cristo, de María y de los santos», es administrado por el papa a través de las indulgencias. Lo que esto quiere decir es que debido a ese superávit de méritos se pueden reducir los castigos temporales que los creyentes comunes y corrientes merecen por sus pecados, en una especie de transferencia entre cuentas.

Como la construcción de la Basílica de San Pedro requería de una enorme cantidad de dinero, en los días de Lutero el papa León X promulgó una gran venta de indulgencias. Y la persona encargada de promover en Alemania este singular «negocio» fue un astuto y persuasivo fraile dominico llamado Juan Tetzel, que usaba su impresionante oratoria para capturar la mente de los ignorantes prometiéndoles el perdón de todos sus peca­dos y la liberación del purgatorio de sus familiares muertos. Tetzel decía:

Las indulgencias son la dádiva más preciosa y más sublime de Dios. Esta cruz (mostrando una cruz que llevaba consigo), tiene tanta eficacia como la misma cruz de Jesucristo. Venid, oyentes, y yo os daré bulas, por las cuales se os perdonarán hasta los mis­mos pecados que tuvieseis intención de cometer en lo futuro… No hay pecado, por grande que sea, que la indulgencia no pueda perdonar… Ni aún el arrepentimiento es necesario.

También, hablando de las almas de sus familiares muertos, Tetzel decía en su discurso, en una forma muy dramática, que «en el mismo instante en que la pieza de moneda resuena en el fondo de la caja, el alma sale del purgatorio. ¡Oh, gentes torpes y parecidas casi a las bestias que no comprendéis la gracia que se os concede tan abundantemente!».

Fue contra ese abuso que Lutero protestó en sus 95 tesis. Ahora bien, en el trasfondo de esta controversia había un asunto mucho más fundamental: ¿Cuál es la base de autoridad sobre la cual podemos diferenciar con toda certeza la verdad del error en asuntos de doctrina? La Iglesia Católica Romana descansaba en la enseñanza de la Biblia, más la tradición, más los concilios, más la autoridad del papa. Pero tanto Lutero como los demás reformadores descansaban únicamente en la Biblia como su fuente máxima de autoridad para resolver toda controversia; de ahí su lema: sola Escritura.

En Enero de 1521 Lutero fue llamado a comparecer ante la Dieta de Worms delante de Carlos V, recién electo emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, el hombre más poderoso de la tierra en ese momento. Las asambleas en las que se trataban los asuntos del imperio eran conocidas como Reichstag, que en alemán significa «dieta imperial». Ante esta dieta compareció Lutero, a mediados de Abril, pensando que tendría la oportunidad de defender sus puntos de vista; pero para sorpresa suya sólo se le permitió responder dos preguntas: si los escritos que estaban sobre una mesa eran suyos, y si se retractaba de todos ellos. A la primera pregunta respondió que sí, pero pidió tiempo para responder la segunda. Le concedieron 24 horas para pensarlo.

Al comparecer ante la Dieta al día siguiente, Lutero manifestó su disposición a retractarse de sus escritos si le mostraban con la Escritura dónde había errado. Pero se le dijo que no estaban allí para refutar nada, sino para saber si se retractaba o no. Lutero, entonces, respondió con estas famosas palabras:

Si no se me convence mediante testimonios de la Escritura y claros argumentos de la razón —porque no le creo ni al papa ni a los concilios, ya que está demostrado que a menudo han errado, contradiciéndose a sí mismos—, por los textos de la Sagrada Escritura que he citado, estoy sometido a mi conciencia y ligado a la Palabra de Dios. Por eso no puedo ni quiero retractarme de nada, porque hacer algo en contra de la conciencia no es seguro ni saludable. ¡Dios me ayude, amén!

En ese momento Lutero estaba declarando de la manera más clara posible que la Palabra de Dios está por encima de toda opinión y autoridad humana. Eso es lo que significa el principio de sola Escritura.

El significado de sola Scriptura

Los reformadores no despreciaban la contribución de aquellos hombres que Dios ha dado a su iglesia como teólogos y maestros de las Escrituras. Por eso citaban a menudo a los padres de la iglesia, sobre todo a Agustín de Hipona. Pero afirmaban que ninguna opinión humana puede tener más autoridad que la revelación de Dios en su Palabra. De manera que si tenemos que hacer una elección entre la Biblia y cualquier otra autoridad, la Biblia siempre tendrá la última palabra. Este principio de la Reforma presupone algunas cosas.

Por un lado, y en su nivel más fundamental, afirmar el principio de sola Escritura implica creer en la inspiración de la Palabra de Dios; es decir, creer que aunque la Biblia fue escrita por hombres, cada una de sus palabras fueron inspiradas por el Espíritu Santo. «Toda la Escritura es inspirada por Dios» —dice Pablo en 2 Timoteo 3:16-17— «y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra».

El Espíritu Santo guió de tal manera a los autores humanos de la Biblia, que todo lo que ella dice es el mismo Dios quien lo dice. Es la Palabra de Dios, real y efectivamente. Por eso decía Calvino en su obra Institución de la religión cristiana, que cuando los creyentes leen la Biblia «es como si oyeran al propio Dios dirigirse a ellos».[2] Cada una de las palabras de la Biblia, no solamente sus ideas en sentido general, fueron inspiradas por Dios. El Señor Jesucristo dice en Mateo 5:18 que «hasta que pasen el cielo y la tierra, no se perderá ni la letra más pequeña ni una tilde de la ley hasta que toda se cumpla». Desde Génesis hasta Apocalipsis, Dios es responsable por cada una de sus palabras.

En segundo lugar, y estrechamente ligado a lo anterior, creer en sola Escritura es afirmar que la Biblia es inerrante e infalible. La Biblia no contiene ningún error porque Dios no se equivoca; es completamente veraz y absolutamente confiable. Dios honrará cada una de sus promesas, cumplirá cada una de sus profecías, llevará a cabo cada uno de sus juicios y ejecutará cada una de sus advertencias. Los concilios y los papas se han equivocado, como dijo Lutero en la Dieta de Worms, pero la Biblia es la Palabra de Dios, y él no miente ni se puede equivocar.

«La ley del Señor es perfecta», dice el salmista en el Salmo 19:7. Y en el versículo 6 del Salmo 12 dice que: «Las palabras del Señor son palabras puras, plata probada en un crisol en la tierra, siete veces refinada». Podemos confiar y descansar en todo lo que la Biblia dice, porque es Dios mismo el que nos habla por medio de su Palabra.

En tercer lugar, creer en sola Escritura es declarar que solo la Biblia tiene autoridad suprema sobre la conciencia de los hombres. Esto, por supuesto, se desprende de lo que hemos dicho anteriormente. Si solo la Biblia es inspirada por Dios, y solo la Biblia es infalible y sin error, entonces no puede existir ninguna persona o institución que tenga sobre nosotros más autoridad que las Escrituras. Es por eso que Lutero decía que al colocar nuestra opinión a la par de la Biblia o por encima de ella, nos estamos levantando por encima de Dios mismo. Y eso era precisamente lo que estaba ocurriendo durante la Edad Media. La tradición, los concilios y las papas tenían en la práctica más autoridad que la Biblia misma.

Lamentablemente, es necesario decir que este no es un problema exclusivo de la Iglesia Católica Romana. Aunque las iglesias evangélicas dicen no creer en un papa infalible, en muchos casos sus tradiciones están por encima de la Palabra de Dios, y algunos pastores son cuasi papas en un sentido funcional. Actúan de cara a la iglesia como si sus opiniones personales tuvieran la misma autoridad de la Biblia, o incluso una autoridad mayor. Pero si bien es cierto que los pastores tienen autoridad, porque Dios mismo se las dio, es una autoridad derivada que se encuentra por debajo de la Biblia.

Los miembros de nuestra iglesia han escuchado de nosotros que si alguno de los pastores comenzamos a predicar algo que sea contrario a las Escrituras, o que no se encuentre en ella, y pretendemos amarrar sus conciencias a esas opiniones personales, de ninguna manera deben permitir tal cosa. Escuchen lo que Pablo escribe a los miembros de la iglesia en Galacia: «Me maravillo de que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente; que en realidad no es otro evangelio, sólo que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara otro evangelio contrario al que os hemos anunciado, sea anatema. Como hemos dicho antes, también repito ahora: Si alguno os anuncia un evangelio contrario al que recibisteis, sea anatema» (Gá. 1:6-9).

Ningún ser humano puede colocarse por encima de la Biblia, ni siquiera los apóstoles, porque ningún ser humano tiene más autoridad que Dios. «¡A la ley y al testimonio!», dice en Isaías 8:20. «Si no hablan conforme a esta palabra» —es decir, si sus palabras y opiniones no son conformes a la Palabra de Dios— «es porque no hay para ellos amanecer».

En cuarto lugar, al declarar el principio de sola Escritura, los reformadores afirmaban también la claridad intrínseca de la Palabra de Dios, en contraposición a la enseñanza de la Iglesia Católica Romana de que solo el papa y los líderes de la iglesia podían interpretar la Biblia correctamente. Durante la Edad Media la iglesia se atribuía el derecho exclusivo de interpretar la Biblia. Pero Dios inspiró su Palabra para que todos los creyentes pudieran leerla y entenderla por sí mismos.

Dice en el Salmo 19:8 que «el mandamiento del Señor es puro, que alumbra los ojos». El Señor imparte luz al entendimiento a través de su Palabra. Y en el versículo 130 del Salmo 119 dice: «La exposición de tus palabras imparte luz; da entendimiento a los sencillos». Refiriéndose a esto, Lutero decía que en el mundo entero nunca se ha escrito un libro más claro que la Biblia. Y en otro lugar escribió: «La Escritura tiene la intención de alcanzar a todo tipo de persona. Ella es lo suficientemente clara en lo concerniente a aquellas verdades que son necesarias para nuestra salvación».[3]

Eso no elimina la realidad de que en la Biblia haya algunas cosas que sean difíciles de interpretar; pero esa dificultad se encuentra en el lector, no en las Escrituras. En otras palabras, es debido a nuestra ignorancia de la gramática, del vocabulario o del contexto, que algunas cosas de la Biblia resultan difíciles de entender para ciertas personas. Pero ninguna de ellas oscurecen el significado de las doctrinas más importantes de las Escrituras, y no hay ningún pasaje oscuro que no pueda ser interpretado correctamente a la luz de aquellos que están claros.

En quinto lugar, aceptar el principio de sola Escritura presupone también la completa suficiencia de la Palabra de Dios. Es decir, que la Biblia dice todo lo que tiene que decir para cumplir plenamente el propósito para el cual Dios la inspiró. La Biblia no es suficiente para enseñarle a un médico como sanar a un paciente, o para enseñar a un ingeniero como construir una casa. Pero como bien señala la Confesión de Fe de Londres de 1689, «todo el consejo de Dios tocante a todas las cosas necesarias para su propia gloria, la salvación del hombre, la fe y la vida, está expresamente expuesto o necesariamente contenido en la Santa Escritura; a la cual nada… ha de añadirse, ni por nueva revelación del Espíritu ni por las tradiciones de los hombres».[4]

La Escritura es suficiente. Es suficiente para conocer a Dios en Cristo para nuestra salvación; es suficiente para crecer en santidad, para darnos consuelo en la aflicción, para lidiar con los diversos problemas del alma humana así como para guiar a la iglesia y su ministerio. Eso es lo que Pablo dice a Timoteo en el texto antes citado: «Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra» (2 Ti. 3:16-17). No había ninguna cosa que Timoteo necesitara para alcanzar la madurez o para pastorear la iglesia que no se encontrara en la Palabra de Dios, explícita o implícitamente.

En sexto lugar, aceptar el principio de sola Escritura es reconocer que solo la Palabra de Dios es usada con poder por el Espíritu Santo para llevarnos a Cristo y transformarnos a su imagen. No hay ningún otro libro en el mundo que tenga el poder transformador de la Biblia. «La palabra de Dios es viva y eficaz» —afirma Hebreos 4:12— «y más cortante que cualquier espada de dos filos; penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón».

Es por medio de su Palabra, y solo por medio de su Palabra, que Dios nos lleva a Cristo y revela a Cristo, para que contemplando su gloria seamos transformados de gloria en gloria en la misma imagen (2 Co. 3:18). Ningún otro libro del mundo puede hacer eso.

De manera que los reformadores no se «inventaron» el principio de sola Escritura, sino que fueron guiados por el Señor para colocar la Biblia en el lugar que le corresponde. La Biblia debe ser nuestra máxima autoridad, porque Dios es nuestra máxima autoridad, y la Biblia es su Palabra.

Han pasado cinco siglos después de que los reformadores, guiados por el Espíritu de Dios, hayan vuelto a poner en alto el principio de sola Escritura. La pregunta que quisiera responder ahora, antes de concluir, es ¿por qué debemos celebrar y atesorar este principio en nuestra generación?

¿Por qué debemos celebrar y atesorar el principio de sola Scriptura en nuestra generación?

Al recordar el 500 aniversario de la Reforma no tenemos la intención de idolatrar a ningún hombre; pero lo cierto es que Dios en su providencia levantó a los reformadores en ese momento particular de la historia de la iglesia, para que los creyentes de los últimos cinco siglos pudiéramos disfrutar de enormes privilegios que los creyentes de siglos anteriores nunca soñaron tener.

En primer lugar, fue por la labor de los reformadores y su plena confianza en el principio de sola Escritura que hoy disfrutamos el privilegio de poder leer la Biblia en nuestro propio idioma sin temor a ser encarcelados o llevados a la hoguera. Eso era impensable durante casi toda la Edad Media; muchos creyentes fueron llevados a la muerte por el único delito de haber traducido la Biblia al idioma común o de haber tenido en sus manos una de esas traducciones.

Casiodoro de Reina, el traductor de la versión de la Biblia en español que hoy conocemos como Reina-Valera, se pasó 12 años huyendo por toda Europa con los manuscritos del Antiguo y el Nuevo Testamento, para que el mundo de habla castellana tuviera el privilegio de poder leer la Palabra de Dios en su propio idioma. Debemos estar profundamente agradecidos a Dios por esos hombres que él usó para permitirnos tener en nuestras manos un tesoro tan grande, y al mismo tiempo honrar a Dios aprovechando al máximo este tesoro. Lee tu Biblia, memorízala, medita en ella, y sobre todas las cosas, procura obedecerla en dependencia del Espíritu Santo, porque esta es la voz de Dios hablándote a ti.

En segundo lugar, es por el principio de sola Escritura que hoy podemos adorar a Dios como iglesia cada semana, de la manera como él desea que lo hagamos, y no conforme a tradiciones e imposiciones humanas. Uno de los lemas favoritos de los herederos de la Reforma es: Ecclesia reformata semper reformanda secundum Verbum Dei; esta es una frase en latín que traducida al castellano se lee: «Una iglesia reformada siempre en proceso de reforma según la Palabra de Dios».

Recuerda: la iglesia solo puede avanzar volviendo hacia atrás, regresando al fundamento que Dios nos ha dejado en su Palabra. Eso es lo que distingue a una iglesia reformada de una que no lo es: el compromiso de honrar las Escrituras apegándose al principio regulativo de la adoración, que no es otra cosa que la convicción de que nuestros servicios congregacionales en el día del Señor deben ser regulados por lo que Dios nos ha mandado en su Palabra.

En tercer lugar, e íntimamente conectado con lo anterior, es por el principio de sola Escritura enarbolado por los reformadores que hoy disfrutamos del beneficio de la predicación de la Palabra en nuestros servicios de adoración. Para nosotros resulta tan natural que alguien venga al púlpito cada domingo y nos explique un pasaje de las Escrituras en nuestro propio idioma; pero en vez de darlo por sentado, deberíamos estar muy agradecidos a Dios por los hombres y mujeres que dejaron un rastro de sangre por mantener en alto el principio de sola Escritura, porque ese es un privilegio que muchos no pudieron disfrutar por siglos.

El centro de los servicios de adoración durante la Edad Media era la participación de la eucaristía, no la predicación de la Palabra. Es por eso que el altar para la celebración de la misa se colocaba en el centro de las iglesias y el púlpito era puesto a un lado. La predicación no era un medio para edificar al pueblo con las Escrituras. De hecho, las breves homilías de los sacerdotes eran dichas en latín, de modo que solo las personas instruidas podían entenderlas. Pero cuando los reformadores volvieron a colocar la Biblia en el lugar de preeminencia que le corresponde, también volvieron a colocar la predicación en el lugar que le corresponde. Como bien señala Carl Trueman, ese desplazamiento físico del altar de la misa para colocar el púlpito en su lugar, representa gráficamente el movimiento teológico desde una adoración basada en los sacramentos a una adoración basada en la Palabra.[5]

Lamentablemente, debemos reconocer que esa no es la realidad de muchas iglesias en el día de hoy. Hay muchas cosas que han desplazado o sustituido la predicación de la Palabra, porque han dejado caer a tierra el principio de sola Escritura. Y es importante resaltar que no son los líderes los únicos que deben mantener en alto esa bandera, porque la iglesia no está compuesta únicamente de pastores. Son los miembros de la iglesia, junto con sus líderes, los que deben defender y mantener el principio de sola Escritura.

Ahora, yo te pregunto: ¿es la Palabra de Dios la autoridad suprema de tu vida, de tal manera que puedes decir como Lutero en la Dieta de Worms, «mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios»? Nota que él no dijo estar convencido de que la Biblia era la Palabra de Dios. No. Lo que él dijo es que su conciencia estaba atada de tal manera a la autoridad de Dios en su Palabra, que él prefería morir antes que negar una doctrina de las Escrituras.

Y te pregunto una vez más: ¿está tu conciencia atada a la Biblia de ese modo, por encima de cualquier otra autoridad humana, por encima incluso de tus propias opiniones o de las inclinaciones de tu corazón? ¿Es cada vez más evidente en tu vida la autoridad de las Escrituras, en tu vida familiar, en el trabajo, en la iglesia, en el uso de tu tiempo, de tus recursos, de tus dones y talentos?

Que el Señor nos ayude como individuos a atar nuestras conciencias a la Palabra de Dios, de tal manera que ante toda opinión humana que contradiga este libro podamos decir como Pablo: «sea hallado Dios veraz, aunque todo hombre sea hallado mentiroso» (Ro. 3:4). Y que hasta la venida en gloria de nuestro bendito Señor y Salvador Jesucristo, nuestras iglesias continúen funcionando en el mundo como columnas y baluartes de la verdad (1 Ti. 3:15).

[1] Michael Reeves, The Unquenchable Flame: Discovering the Heart of the Reformation [La llama inextinguible: descubriendo el corazón de la Reforma] (Nashville, TN: B&H Publishing Group, 2009), 57.

[2] Juan Calvino, Institución de la religión cristiana, 1.7.1.

[3] Citado por Steven Lawson en The Heroic Boldness of Martin Luther [La audacia heroica de Martín Lutero] (Orlando, FL: Reformation Trust Publishing, 2013), 36.

[4] Confesión de Fe de Londres de 1689, 1.6.

[5] Carl Trueman, Reformation: Yesterday, Today and Tomorrow [La Reforma: ayer, hoy y mañana] (Fearn, Scotland: Christian Focus Publications, 2011), 72.


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